Emitido en Radiocadena Granada el 31 de julio de 1986.
Guión y dirección:
Presentación:
La Alpujarra es un conjunto de pueblos blancos de cal y azulete, techos planos de un gris brillante y calles tortuosas y empinadas que penden de las laderas de las montañas y lomas o descansan en medio de pequeñas llanuras, los menos, pero los más prósperos. Diseminados entre vergeles y secanos y unidos por serpenteantes carreteras y por la férrea voluntad de supervivencia de sus gentes, los pueblos alpujarreños forman una comarca natural, artificial y arbitrariamente dividida hace un siglo y medio entre las provincias de Almería y Granada, conservando sus habitantes un fuerte sentimiento de unidad. Ocupa el amplio espacio existente entre Sierra Nevada y el mar, atravesado por las sierras de Gádor y la Contraviesa, lleno de intricados valles y altas montañas y lamido por por las suaves olas mediterráneas. Cuarenta y siete municipios, treinta aldeas y casi dos mil cortijadas acogen a más de cien mil habitantes dedicados a labores campesinas y ganaderas. Presa de fuerte emigración y con los recuerdos intensos de avatares históricos, plenos de invasiones y reinvasiones, conquistas y reconquistas, levantamientos y aplastamientos, que dejaron su huella cultural y religiosa y una marcada decadencia económica, hoy paliada en parte por los cultivos forzados bajo plásticos en la zona de El Ejido y alrededores y atenazada por la creciente sequía amenazadora de la desertización.
Su folclore musical es la mejor muestra de ese devenir histórico, habiéndose creado entre estas gentes músicas y bailes foráneos en convivencia con los autóctonos, que los alpujarreños han sabido adaptar y hacer propios. Es la llamada música de cuerda, originaria en su mayor parte de Centroeuropa, y alguna de Suramérica, llegada aquí por los movimientos migratorios del pasado siglo. La música de cuerda alegraba no pocos bailes, reuniones y fiestas, como bodas, bautizos, etcétera, que se celebraban en las pocas casas espaciosas o, en su defecto, en terrados —techo plano en el que el alpujarreño hace gran parte de su vida—, eras, placetas, etcétera.
En esta música destaca la mazurca, que a veces se cantaba, como esta de Bubión en la alta Alpujarra.
Pero la mayoría de las veces la mazurca era solamente instrumental, como esta oída en Capileira en la misma zona.
El vals es de ritmo más lento.
Los pasacalles, más alegres, interpretados por los músicos cuando iban o venían de las fiestas y los jóvenes al ir de serenatas.
Los pasodobles...
Las habaneras y rumbas...
Más autóctonos son bailes de zonas más bajas de la comarca, Contraviesa, parte de Almería, como estos fandangos alpujarreños interpretados por músicos del barranco de Gurrias, en Adra. La mudanza, que es un baile complejo en el que el hombre gira, dando saltos, alrededor de su pareja a la vez que ambos hacen sonar sus castañuelas, de las que penden largas cintas de colores. Las parejas se relevan mientras que los músicos tocan sin parar durante largo rato sus violines, guitarras, bandurrias y laúdes.
Por último, los boleros de La Alpujarra, de los que es magnífico ejemplo este de Dalías, al pie de la sierra de Gádor.
De siempre los enamorados han dado seretas a sus novias o pretendidas. Normalmente, en La Alpujarra alta eran piezas instrumentales interpretando las canciones descritas al hablar de la música de cuerda, muy arraigada en esta parte de la comarca. Por el contrario, en la Contraviesa y Baja Alpujarra las serenatas solían ser cantadas, bien por los propios enamorados o por personas contratadas para ello, que en ningún caso eran profesionales. Manuel Jiménez, de Sorvilán, aunque octogenario, sigue en la actualidad componiendo de oído letra y música que interpreta él mismo en compañía de su hija, yerno y nietos. Un vivo ejemplo de transmisión, a través de generaciones, del patrimonio cultural de un pueblo.
Y de las serenatas a la música religiosa.
La conversión a sangre y fuego de los moriscos y su posterior expulsión trajo a La Alpujarra un extraordinario fervor religioso, impuesto, que se manifestó en muchas canciones que aún se conservan.
El rosario de la aurora se rezaba al amanecer caminando en procesión por las estrechas calles y cantando canciones para anunciar al que aún dormía que debía salir a rezar con el pueblo. Así hablaban de vocación, de fe y de premios y castigos divinos para los que oyeran o desoyeran la llamada celestial, como se aprecia en esta sóbria y sobrecogedora canción de Laroles, en la media Alpujarra.
Pero el culto de calle era propio del pueblo llano, trabajador, pobre en definitiva. Los ricos, los caciques, realizaban sus manifestaciones religiosas o en la iglesia o en casa, como hemos oído en este despierte de la aurora cantado ancestralmente en la ciudad de Ugíjar, en el centro de la comarca.
En casi todos los pueblos alpujarreños existe o existió la Hermandad de las Ánimas, encargada del culto y oraciones que habrían de llevar al Cielo las almas de los que esperan penando en el Purgatorio. Mientras pedían limosna, iban cantando por las calles del pueblo y llamando a las puertas de los fieles. Buen ejemplo es esta parranda cortijera de Murtas, en plena Contraviesa, interpretada con música de cuerda y percusión a base de un almirez.
En Cádiar, centro neurálgico entre Sierra Nevada y la Contraviesa, se interpreta este lúgubre cántico de aires medievales, mediante el cual, además de pedir limosna justificando para qué habrá de servir, y que puede ser en dinero o en especies, productos del campo o matanza, se echa en cara a quien la niega alegando que no tiene qué dar.
Completamente distinto es el carácter festivo de los cantos de ánimas de Ugíjar. Utilizando, además de cuerda y percusión, instrumentos de viento, la hermandad recorría cortijos y barriadas pidiendo limosna y recogiendo, por tanto, dinero, jamones, pollos, hortalizas, etcétera. Luego, en la plaza del pueblo, se organizaba la fiesta de ánimas, en la que se pujaba por bailar con esta o aquella moza, la cual tendrá que pagar más que el mozo si no quiere bailar con él. Las letras de estas canciones no siempre son religiosas, abundando las picarescas, difíciles de repetir hoy en público y menos delante de un magnetófono.
Idéntico carácter de subasta tiene la fiesta de los Doblones, una de las más antiguas de la región, que se celebra en Berja, importante municipio de La Alpujarra almeriense desde tiempos de los Reyes Católicos, aunque con algunas importantes interrupciones, la última de ellas durante la dictadura franquista, volviéndose a celebrar en la actualidad, desde 1983, gracias a la ardua labor de la Delegación de Cultura del Ayuntamiento.
Durante la fiesta se subasta «el abrazo», consistente en que más paga roza levemente los brazos extendidos de la moza elegida, a la vez que se interpreta música de cuerda y baile de castañuelas, allí llamadas palillos. Las pieza más interpretada ha sido siempre «El olé», que estamos escuchando, y las sevillanas de La Alpujarra que oiremos a continuación.
Rescatadas tras cuarenta años de olvido y prepotencia de las rocieras, tan de moda, las sevillanas de La Alpujarra tienen una cadencia más lenta y gran sutileza y elegancia.
En una comarca en que la música y el baile están tan presentes en la vida de sus gentes, no puede faltar el villancico, canto de Navidad, algo olvidado que están siendo rescatado por jóvenes entusiastas, como los de Laujar de Andarax, en La Alpujarra almeriense, escritos por Francisco Villaespesa, natural de aquel pueblo.
Cada pueblo tiene su santo patrón o patrona, al que además de venerarlo con oraciones y ofrendas, mandas, se le dedica un himno que es interpretado en las funciones religiosas solemnes o en la procesión. Estamos escuchando el Himno a san Blas, patron de Cádiar, que es además patrón de los enfermos de garganta, los cuales sanan al ponerse en ella unas cintas de colores bendecidas en presencia del santo.
Pero no toda la música se hace por motivos religiosos o para fiestas. Se canta, se cantaba antes más abundantemente, en las labores del campo, en casa, en las diversiones más nimias. De estas entresacamos los cantos de meceores, como las calles son estrechas, una diversión frecuente antes de las discotecas y el televisor, era tender un palo entre dos tejados o balcones, del que sujetaban dos sogas, al final de las cuales se ponía una tabla. Otras veces se hacía con cinco palos, o colgados de una rama gruesa de un árbol; eran los meceores, mecedores, donde se columpiaban las mozas al compás de líricas y sencillas canciones, y empujadas por el novio o pretendiente, quien aprovechaba la ocasión para determinados y atrevidos escarceos amorosos.
Tras ardua labor, un grupo de jóvenes de Laujar de Andarax han rescatado del olvido esta preciosa canción de meceores, interpretada sin más acompañamiento que un almirez, golpeado con su mano, y una rugosa botella de anís vacía, rasgada con una cuchara.
La dura labor de la trilla o el largo, cálido y solitario camino del arriero a través de los secanos de la Contraviesa, eran amenizados por los llamados cantos de muleros, sin más acompañamiento que las necesarias voces de mando del arriero a sus mulas.
Estamos escuchando un emotivo canto de muleros interpretado por hombres de Albondón.
De alta y media Alpujarra proceden los remerinos, canciones corales, sencillas, encantadoras y muy líricas, que se cantan generalmente después de faenas habituales realizadas en familia: trilla, matanza, etcétera. Suelen ser de tipo amoroso. De Cádiar traemos este remerino titulado «La molinera».
El carnaval, tras su prohibición al finalizar la guerra civil, perdió auge, aunque siguió celebrándose en algunas localidades más atenuado hasta que se perdió del todo. Hoy, superado el desierto cultural que supuso la dictadura, vuelve a celebrarse con la esperanza de que se superen muchas de las canciones perdidas, como esta simpática comparsa de gente joven de Válor, no exenta de picaresca.
O esta comparsa de sobrios campesinos de El Ejido, que nos recuerda los tiempos que hasta para divertirse había que pedir permiso al cacique de turno y, cómo no, a la Guardia Civil.
Lo más genuino del folclore alpujarreño es sin duda el trovo. Localizado ancestralmente en un espacio de la Contraviesa comprendido entre Albuñol, Murtas, Turón y los cortijos de Adra, los orígenes del trovo alpujarreño permacen aún oscuros, aunque se sabe que ya en la Grecia del siglo ix antes de Cristo se celebraban combates de poesía repentizada, habiendo diferentes teorías sobre su nacimiento o asentamiento en La Alpujarra. El trovo es un arte directo; se compone a la vez que se recita y no se escribe. Consiste en cantar, al ritmo de una música antiquísima, de rasgos árabes, unas quintillas o décimas referentes a un tema concreto sobre el que generalmente los dos trovaores actuantes tienen distinto punto de vista, por lo que el enfrentamiento es inevitable. En el juego, cada uno ha de intentar quedar mejor que el rival, superándolo en ingenio y rapidez.
Cuando uno no tiene argumentos para seguir la discusión o tarda demasiado en componer la quitilla queda derrotado y acaba la justa, a no ser que, como suele ser frecuente, aparezca un tercero que interviene sin ser requerido y toma el lugar del que estaba fallando. Así las piezas de trovo se hacen interminables. Aunque son pocos los trovaores que quedan hoy en La Alpujarra, este arte no ha llegado nunca a desaparecer. Últimamente ha sufrido un desplazamiento de su lugar de origen, la Contraviesa, hacia la zona de El Ejido y alrededores, debido a la emigración de los campesinos hacia zonas actualmente más prósperas que las de origen. Hoy ya no quedan troveros en la Contraviesa y sí en El Ejido, Las Norias, Balanegra, etcétera, donde nunca los hubo. Se ha cambiado. Se ha cambiado el cortijo, el terrado o la higuera, bajo la cual se trovaba, por los invernaderos y los locales de las modernas cooperativas agrícolas. Pero el trovo sigue siendo vivo, como manifestación más genuina del arte rural, de la poesía viva y directa del pueblo trabajador. Aunque los más sustancioso del trovo es precisamente el enfrentamiento amistoso, pero enfrentamiento, no puede menospreciarse el trovo como elogio. En estos, los dos troveros actuantes dedican sus quintillas o décimas a alabar a personas, regiones o pueblos. El ingenio, la rapidez y la poesía están presentes como en los enfrentamientos y también habrá un vencedor al no poder seguir el compañero.
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El trovo se acompaña también de bailes, que suelen ser el robao y la mudanza.
Hasta aquí los más sobresalientes ritmos musicales de esta comarga granadina que tan bien ha sabido conservar sus artes y tradiciones populares. De todas formas son muchos los que ya se han perdido y que a través de los esfuerzos de algunos estudiosos y sobre todo del Festival de Música Tradicional de La Alpujarra, que cada año se celebra en un pueblo de la comarca, podrán aflorar nuevas formas del floclore musical que hoy se desconocen.
La grabaciones que han escuchado ustedes son autóctonas, hechas por los nativos, nada de profesionales y recogidas en directo en manifestaciones folclóricas de La Alpujarra.
En Radiocadena Granada les hemos ofrecido un programa especial sobre el estudio, recuperación y divulgación de los bailes y folclore autóctono de La Alpujarra granadina, con guión y dirección de Juan Manuel Jerez. En el control de grabación estuvo Eugenio Romero y la realización a cargo de Tito Ortiz.
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Fecha de publicación: |
19-4-2012 |
Última revisión: |
7-02-2023 |