CASTARAS, un pueblo
alpujarreño que no quiere morir
Después de San Miguel se
queda todos los años silencioso y triste
Cástaras, uno de los pueblos mi sorprendentes y bonitos de toda la
Alpujarra granadina, atraviesa desde hace unos años una situación
verdaderamente desoladora. Al tiempo que la falta de puestos de trabajo iba
adquiriendo en nuestra región proporciones alarmantes, la población
alpujarreña más joven daba comienzo a un éxodo que todavía hoy
―a pesar de haberse ya cerrado casi todas
las puertas europeas a la emigración― no ha
parado, en busca de otras zonas más prósperas de país. Además, como si los
problemas existentes no fuesen por entonces harto importantes, la pertinaz
sequía que se viene padeciendo en los últimos dos años, que casi ha
arruinado el campo de la región, ha venido trágicamente a sumarse a todos
los otros males socio-económicos de misma, rematando en definitiva una
situación de por si desesperada y, en algunos casos, prácticamente
irremediable. Realidad de la que Cástaras es, sin duda, uno de los ejemplos
más significativos e incluso dramáticos.
PARAÍSO ABANDONADO
Con todo lo anterior, resulta que Cástaras, ese delicioso enclave al pie
de Sierra Nevada y sobre el valle del río Guadalfeo, se ha convertido en la
última década en un verdadero paraíso abandonado. Más de la mitad de su
población ha pasado a incrementar el censo de hecho de lugares tan lejanos
como Barcelona o Palma de Mallorca. Y prácticamente dos terceras partes de
sus casas permanecen ahora cerradas por lo menos durante once de los doce
meses del ano. Hay sólo una época que supone la excepción: el final del
verano y las fiestas en honor de San Miguel. Como en otros pueblos, muchas
de las familias emigradas contra su voluntad regresan a Cástaras cuando se
aproximan las fechas de sus fiestas populares. El día 29 de septiembre marca
todos los años el único momento en que el pueblo vuelve a recobrar su
alegría perdida, su añorado ritmo de la vida cotidiana y el calor de sus
casas que probablemente haya perdido ya para siempre, pero al que sus gentes
no se resignan a renunciar.
¡HASTA EL AÑO QUE VIENE!
Más que otra cosa, las fiestas de San Miguel suponen para Cástaras la
celebración anual del rito de los saludos entre viejos amigos separados, una
larga serie de conversaciones e historias contadas al compás de las
explosiones de los cohetes y los acordes musicales de la verbena de la plaza
principal. Durante dos días, las pocas tabernas que siguen funcionando en el
pueblo, permanecen abiertas y rinden a un ritmo normal. Durante dos días,
las calles de Cástaras se animan y adquieren también un aspecto normal.
Durante dos días, en fin, el pueblo late con verdadera intensidad. Y todo se
rubrica, naturalmente, con la celebración religiosa en honor del Patrón, que
es el principal y profundo motivo de la fiesta. Después, con la llegada de
octubre y el regreso de cada cual a su lugar de trabajo y residencia,
Cástaras vuelve uno y otro año a quedarse silencioso y triste, Para los que
se quedan es, entonces, el momento de los suspiros y las añoranzas.
CASAS REGALADAS A ESCOGER
Por buscar soluciones al progresivo decaimiento del pueblo —y no pudiendo
hallarlas en un impensado resurgir de su agricultura—, los vecinos de
Cástaras han conseguido una serie de mejoras urbanísticas y de
comunicaciones que, por un lado, lo han convertido en el sitio ideal para
pasar unas vacaciones tranquilas y agradables, y por otro, terminarán
presumiblemente con su fatídico aislamiento. Así, con el reciente asfaltado
de la carretera que lo une a Torvizcón y el empalme, a través de las minas
del Conjuro, con la que atraviesa todos los pueblos de la Alpujarra alta,
Cástaras está actualmente a unas horas de viaje desde la capital. Ahora, es,
pues, la ocasión indicada para acercarse hasta allí y disfrutar de un
pueblo, un agua —abundante y de calidad realmente envidiable— y un paisaje
de los que pocos van quedando ya por nuestra geografía. El viaje, además
puede ser aprovechado para tratar de conseguir una de las tantas casas en
venta como hay, y a precios verdaderamente increíbles. De cualquier manera,
solamente la visita en sí es de lo más interesante y se hace ahora casi
obligada. Cástaras y su gente, qué duda cabe, se lo merecen.
Eduardo CASTRO